miércoles, 2 de julio de 2008

La secretaria de James Bond

Me tengo por una persona observadora e intento adivinar las necesidades de las personas para satisfacerlas en la medida de lo posible. En sí es bastante fácil, basta con mirar. Sabes cuando alguien necesita fuego porque tiene el pitillo en la boca y se busca en los bolsillos, sabes cuando alguien necesita un clinex porque no hace más que mirar en el bolso y restregarse la nariz con la manga. Tengo un amigo que el primer día que pasó tiempo conmigo, y cuando digo tiempo quiero decir toooodo un fin de semana recluídos en una casa, me adoró porque le ponía las cosas en la mano antes de pedirlas, cuando apenas había pensado que las necesitaba. Hoy, ese amigo me ha dicho que mi trabajo ideal sería ser la secretaria de James Bond.
Me tengo por una persona observadora y curiosa, me gusta ir mirando por la calle y ver las infinitas paradojas que pone la vida a nuestro alcance todos los días, las maravillosas fotografías que se nos ofrecen a los ojos en cada momento, o los comportamientos tan interesantes que tiene el ser humano. Esta tarde iba yo en un autobús atestado de gente, si soy fina, apiñaos como sardinas, mejor, con una caja plegada para la mudanza de Inès, y me he puesto al principio del todo de tal forma que mi equipaje resultara lo menos molesto para todos los ocupantes del bus. Como íbamos tan apretados, a dos centímetros de mí iba una pareja de viejecitos que parecían dos adolescentes. Yo, con todas las prenociones que tres años de antropología no han logrado erradicar, me he fijado en las alianzas a ver si eran iguales, y sí. Me da igual que sean dos amantes escapados de sus respectivas casas, o dos amantes nacidos del Benidorm del Inserso, lo maravilloso fue encontrar ese amor, ESE amor, en dos personas a las que la sociedad se lo niega. Al rato, perdidas por la calle, hemos preguntado a una pareja de heavys que iban paseando al niño en la sillita.
Nuestra sociedad tiene sus cosas buenas, pero muchísimas horribles. Una de ellas es la manía que tiene por enclaustrar al amor. Es un momento, unos años, lo que tienes para poder enamorarte "bien", luego todo lo demás son "aberraciones de la naturaleza". Por eso es esperanzador encontrar el amor en los sitios más recónditos, donde tu sociedad te dice que ahí ya no puede haber.
Tengo la fortuna de haber visto durante mucho tiempo y en primera mano el amor adolescente en todo su esplendor. Luego yo se lo contaba a mis amigos, que ya no son adolescentes, y les brillaba en los ojos un puntito de morriña. Ese creer que todo dura eternamente, usar una idea maravillosa del amor, llevarte desengaños que hacen que te meses los cabellos y te arranques las vestiduras, jurar la eternidad sin pestañear siquiera. Esa forma de vivir con el corazón fuera del pecho y de ver los problemas grandes como montañas. Es una maravillosa explosión de candidez y confianza, de inocencia y fuerza. Cuando uno ya se ha dado cuenta de que nada es para siempre, de que el amor es relativo y fluctuante, de que la confianza cuesta cara, y que hay que andar siempre prevenido. Cuando se coge miedo a saltar al vacío en cualquier momento, con los ojos cerrados y la seguridad de que caerás sobre mullido, escuchar relatos del amor adolescente hace que a uno le brille en los ojos un puntito de envidia.

1 comentario:

Clara dijo...

Me encantó=).Esos detayes,esas sonrisas imposibles de ser ignoradas, que sin saber muy bien por qué siempre se contagian;esas miradas atentas y cálidas que buscan en tus ojos una respuesta arrancando de ellos un poco de ternura olvidada, esa forma de observar el mundo tan tuya siempre se agradace,hacen de cualquier esquina o calle un hogar donde se ofrece fuego si se necesita o incluso un clinex,un hogar donde pasa el amor por delante y deja su huella al marchar. Un beso. Clara.