miércoles, 23 de julio de 2008

Euskadi

Borracha de verde, alcohol y risas, de conversaciones y chistes, de hostias y de caricias. Cuando una ciudad te está asfixiando, no te das cuenta hasta que no coges un autobús y, después de seis horas, estás tomándote una caña con la playa de la concha enfrente, oliendo a mar. Entonces sientes que miles de velos invisibles se van cayendo de tu cuerpo, leves uno a uno, asfixiantes todos a la vez. Y te sientes ligera y podrías volar. Lo grandioso es que no acaba ahí, sino que empieza. Y recorres Donosti, y bebes por el simple placer de compartir una caña con un amigo. Y llegas a Bilbao y te lo pasas en grande con gente a la que acabas de conocer pero que adoptarías. Y te mueres en Vitoria, y resucitas. Paseas por una ciudad preciosa, disfrutando del tiempo infinito, de tomarte un café en un parque. Y sabes que puedes, que te lo has ganado.
Hacía mucho que no veía nada tan bonito, bonito hasta las lágrimas. Tantos montes, tanto verde, cascadas de árboles enormes. Con sol y con niebla. Hacía mucho que no estaba tan a gusto, disfrutando de estar con la gente, sin pensar en qué tengo que hacer o qué debería estar haciendo. Hacía mucho de muchas cosas, y está claro que no se puede dejar pasar tanto tiempo.

No hay comentarios: