domingo, 7 de diciembre de 2008

El silencio abruma a mucha gente. Otros se encuentran bastante cómodos en él. A veces, según donde estés sentado. Me explico.
Hay personas que exorcizan sus angustias, sus temores y sus problemas, hablando. Hablan y hablan y hablan y hablan, hasta que se vacían. Si tienen suerte, topan con un escuchador que no almacena esas palabras. Digo suerte, porque no es sano empaparse con ese aluvión. La persona que se vacía no creo que quiera que uno haga suyos sus problemas. Bien está cierto grado de empatía, pero sin pasarse. Sólo necesita vaciarse y, como hablar solo está tan mal visto, pues lo hace delante de alguien que, mejor, se pone un chubasquero.
Por otra parte, hay personas que temen a las palabras. Las saben dotadas de mistéricas fuerzas sobrenaturales superiores al control del orador. Tienen la milenaria creencia de que las palabras dan forma a las cosas, las dotan de materia, de existencia. Lo que no se dice, no existe, y por lo tanto, no hace daño, no quita el sueño, no persigue. Y pueden ir más allá todavía. No sólo no existen las cosas que no se nombran, aún es mejor si ni siquiera se piensan. Y, entonces, se entrenan durante largos años en el refinado y mutilador arte de vetar los pensamientos, de desviar su trayectoria al verlos venir. Y llegan a controlar las existencias de su vida.
Estas dos clases de personas, cuando media el problema de la comunicación, no suelen encontrarse. Los que derraman sus problemas en cascadas no entienden el hermetismo de los otros, y hacen apología de los enormes poderes curativos de las palabras. Sólo encuentran silencio, hastío y miedo. Como grandes hechiceras que escuchasen su conjuro más poderoso en boca de alguien que lo recita por casualidad, el terror se apodera de ellos: las palabras no pueden salir, pues arrastrarían TODO, al igual que es imposible sacar sólo un anzuelo de una caja. El arduo trabajo minucioso de tantos años, de tantas noches, de tantos segundos, esgrimiendo todas las fuerzas para mantener lejos los pensamientos, las palabras y los sentimientos, se puede caer de golpe, con sólo escuchar a uno de los otros, y dejar que sus palabras les mojen.
Tened cuidado, seáis quienes seáis. Jugamos con equilibrios muy delicados. Tened cuidado.